El Fruto del Día Presente

 


 El Fruto del Día Presente

🌻 Capítulo I: La Tierra que Sonríe

En un rincón soleado del mundo, donde los caminos eran de tierra y las risas se escuchaban antes que los pasos, vivía Maia, una mujer que sembraba como quien canta: con alegría.

No tenía grandes posesiones, ni metas grandiosas. Pero cada mañana, al despertar, decía en voz alta:

—¡Gracias por este día que aún no conozco!

Su jardín era pequeño, pero abundante. No solo de frutas y flores, sino de historias. Cada planta tenía un nombre, cada árbol una canción.

Los niños del pueblo la visitaban para escuchar cuentos mientras comían naranjas dulces. Y los ancianos venían a sentarse en su sombra, como quien vuelve a casa.

Un día, alguien le preguntó:

—¿Por qué estás siempre tan feliz?

Maia respondió:

—Porque no espero a que la vida me dé razones. Yo las siembro.

🍯 Capítulo II: El Sabor de las Cosas Simples

Maia tenía un ritual: cada tarde, al caer el sol, preparaba una infusión con hierbas de su jardín y se sentaba a saborearla lentamente. No por sed, sino por gratitud.

—Cada sorbo —decía— es un recuerdo que aún no se ha contado.

Un día, un viajero llegó al pueblo. Venía cansado, con el alma reseca de tanto correr. Maia le ofreció una taza y le dijo:

—No bebas rápido. Esta bebida no es para calmar la sed, sino para despertar el corazón.

El viajero bebió. Y por primera vez en años, lloró. No de tristeza, sino de alivio. Porque comprendió que había olvidado cómo saborear la vida.

Desde entonces, se quedó. No para aprender a sembrar, sino para recordar cómo vivir.

🌞 Capítulo III: La Cosecha Invisible

Con el tiempo, Maia envejeció. Sus manos se arrugaron como hojas de otoño, pero su risa seguía fresca como la albahaca.

Una mañana, no se levantó. El pueblo entero guardó silencio. Pero al entrar en su jardín, encontraron algo inesperado: cientos de flores nuevas, brotadas de la noche a la mañana.

Nadie las había sembrado. O tal vez sí.

En cada flor, una nota escrita a mano:
"Gracias por compartir este día conmigo."

Desde entonces, cada año, en el día de su partida, el pueblo celebra el Festival del Sabor: cocinan juntos, cuentan historias, y beben infusiones en su honor.

Porque Maia no dejó una herencia. Dejó una cosecha invisible: la certeza de que vivir con alegría es la siembra más fértil de todas.

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