La Semilla del Silencio
🌾 Capítulo I: El Jardín Olvidado
En un rincón del mundo donde el tiempo parecía haberse detenido, yacía un jardín cubierto de maleza y olvido. Nadie lo visitaba, nadie lo nombraba. Solo los pájaros sabían de su existencia, y cantaban allí con una dulzura distinta.
Lía, una mujer que había vivido demasiado en el ruido del mundo, llegó al jardín buscando refugio. No traía libros, ni planes, ni preguntas. Solo un cansancio antiguo y una necesidad de callar.
Al entrar, el silencio la envolvió como un manto. No era un silencio vacío, sino fértil. Cada hoja, cada piedra, parecía guardar un secreto.
En el centro del jardín, encontró una pequeña caja enterrada. Dentro, una semilla negra como la noche. No tenía instrucciones, solo una inscripción:
"Plántame cuando estés lista para escuchar."
Lía no entendió del todo, pero obedeció. Cavó con las manos, colocó la semilla, y se sentó a esperar. No sabía qué esperaba. Solo sabía que no debía hablar.
🌿 Capítulo II: La Voz de la Tierra
Pasaron los días. Lía no hablaba. No escribía. Solo escuchaba.
Primero oyó su propia respiración, luego los latidos de su corazón. Después, los sonidos del jardín: el crujir de las raíces, el susurro de los insectos, el canto de la savia.
Y entonces, una noche sin luna, la tierra habló.
No con palabras, sino con imágenes que brotaban en su mente: recuerdos que había enterrado, dolores que había silenciado, verdades que había temido. La tierra no juzgaba, solo mostraba.
Lía lloró. No de tristeza, sino de reconocimiento. Era como si el jardín la estuviera limpiando desde adentro.
Al amanecer, la semilla había germinado. Un brote pequeño, pero firme, se alzaba hacia el cielo.
Lía lo acarició con ternura. No dijo nada. No hacía falta.
🌸 Capítulo III: El Brote Inesperado
Con el paso de las lunas, el brote creció hasta convertirse en un árbol de flores blancas que solo abrían al anochecer. Cada flor emitía un leve resplandor, como si guardara una estrella dormida.
Los viajeros comenzaron a llegar. No por invitación, sino por intuición. Se sentaban bajo el árbol, en silencio, y algo en ellos cambiaba. Algunos lloraban, otros reían, otros simplemente cerraban los ojos y respiraban.
Lía no hablaba con ellos. Solo cuidaba el jardín, regaba el árbol, y escuchaba.
Un día, una niña le preguntó:
—¿Cómo hiciste para que creciera algo tan hermoso?
Lía sonrió y respondió por primera vez en mucho tiempo:
—Aprendí a callar sin huir, y a escuchar sin miedo.
Desde entonces, el jardín dejó de ser olvidado. No se convirtió en un lugar famoso, ni en un santuario turístico. Pero quienes lo encontraban, sabían que habían llegado a casa.
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