La sinfonía del horizonte — Un Fogón diurno
A veces, la paz no se anuncia. Se posa, como el sol sobre el verde, sin
pedir permiso. Este relato nació en un mediodía sereno, acompañado por un mate
tibio y la voz de la música que parecía traducir lo
que el alma no sabe decir en palabras. Hoy lo comparto como un “Fogón diurno”,
un gesto de gratitud al instante. Que el lector —o el oyente— descubra en él
algo propio, algo que despierte sin prisa.
En el claro corazón de la quinta, donde la tierra susurra secretos al
bosque, un hombre se sienta frente al horizonte. El verde lo envuelve como un
abrazo antiguo. Sobre la mesa, un mate humeante exhala calma. El sol canta su
presencia sin decir palabra, y una voz—profunda, herida y sublime—llena el
aire. La música acompaña el mediodía
como si el cielo mismo necesitara recordar.
No había búsqueda ni espera. Sólo era.
La paz no vino como conquista, sino como visita. El hombre no le preguntó de
dónde venía, ni cuánto se quedaría. Simplemente la reconoció.
Sus pensamientos se deslizaron como hojas en el arroyo. No había urgencia,
ni promesas. El mate se volvió ceremonia, cada sorbo un puente entre él y el
instante. La música, lejana y cercana a la vez, le hablaba como si conociera
sus secretos más antiguos.
Y fue entonces, en ese momento suspendido, que el horizonte verde pareció
inclinarse un poco más hacia él. Como si dijera: “Ahora sí. Te veo. Y tú
también me ves.”
Gracias por compartir este mediodía conmigo. Que tu próximo mate también
sea un ritual de encuentro con la paz. Y si alguna vez el sol canta sobre tu
horizonte, que lo escuches como si fuera la primera vez.
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