Trilogía filosófica del Portal del Sol – Inspirado en la Crítica de la razón pura de Immanuel Kant

 


Hay días en que las preguntas no buscan respuestas, sino espejos.
En Portal del Sol, el pensamiento no discute: contempla. Este relato es el inicio de una trilogía donde la filosofía se sienta al fogón, entre cuadernos, árboles y niños que no explican… pero revelan. Kant aparece aquí no como profesor, sino como caminante. Lo guiamos, lo escuchamos. Y quizá, lo soñamos.

Episodio 1 El espejo del pensamiento 

A veces, un cuaderno en blanco puede pesar más que un árbol viejo.
Immanuel llegó al Portal del Sol al atardecer, con uno bajo el brazo. No buscaba escribir, sino entender.

Se sentó junto al fogón sin pronunciar palabra. El niño lo esperaba como siempre, con los pies descalzos y las manos sueltas. Había algo en él que no pertenecía al tiempo, como si supiera cosas que aún no habían ocurrido.

— Vine a mirar las cosas —dijo Immanuel—. Pero no sé si lo que miro es realmente lo que está.

El niño lo miró sin juzgar, como hacen los que no tienen respuestas. Levantó una piedra y la dejó caer sobre un charco.

— Lo que ves —dijo— no siempre se deja tocar. Pero aún así, vive en vos.

Immanuel abrió su cuaderno. Escribió: “Solo conozco lo que aparece, no lo que es.” Luego dibujó la piedra, el reflejo, el charco. Nada exacto. Todo cierto.

Pasaron horas. El fuego crepitaba como si pensara en voz baja.

— ¿Y si todo lo que sé es apenas un reflejo? —preguntó Immanuel.

El niño se encogió de hombros.

— ¿No es el reflejo también parte del árbol?

Immanuel sonrió. Por primera vez, el cuaderno se sintió ligero.

Esa noche, no buscó respuestas. Se acostó bajo el cielo, mirando las estrellas. Ninguna hablaba. Todas decían algo.

El conocimiento tiene forma, pero no siempre tiene rostro.
Este relato no intenta explicar a Kant, sino habitarlo. En Portal del Sol, la razón es un cuaderno que escucha.
¿Y vos? ¿Qué refleja tu pensamiento esta noche?


– Episodio 2 La brújula del deber

A veces, no hay caminos correctos, sino decisiones que se sostienen en la noche.
La brújula no siempre apunta al éxito, ni al alivio… pero sí a lo verdadero.
Este relato continúa la trilogía filosófica del Portal del Sol, donde Kant se transforma en personaje errante. Y el niño, siempre presente, le ofrece preguntas que no interrumpen, pero despiertan.

"Hay caminos que no llevan a ninguna parte… y aún así, hay que recorrerlos."
Immanuel volvió al Portal del Sol con una brújula extraña: no marcaba el norte, sino el silencio.

La llevaba colgada al pecho, como quien porta un secreto. No vino solo esta vez. Lo acompañaba la decisión de ser. Pero aún no sabía qué.

El niño lo vio llegar y no preguntó. Estaba sentado junto al fogón, dibujando círculos en la tierra.

— Esta brújula no sirve para orientarse —dijo Immanuel—. Sólo indica cuando estoy siendo fiel.

El niño levantó la vista.

— ¿Fiel a qué?

Immanuel se quedó quieto. Miró el fuego. Luego respondió:

— A lo que mi conciencia no discute.

Durante el día, caminaron sin rumbo. En un cruce, Immanuel se detuvo frente a un árbol partido.

— Podría tomar este atajo —dijo—. Me ahorraría tiempo.

El niño lo miró, esperando.

Immanuel bajó la mirada a la brújula. La aguja giraba errática. No señalaba nada.

— Entonces sigo por donde no conviene —dijo—. Pero es lo correcto.

La noche los alcanzó cerca de la laguna. Immanuel se sentó y apuntó su brújula al cielo. No hubo luz, ni mensaje, ni revelación. Pero por dentro… algo encajaba.

— A veces no hay premio, ni paz, ni testigos —dijo el niño—. Pero si podés dormir sin preguntas… elegiste bien.

Immanuel cerró los ojos.
No soñó.
No hacía falta.

"La brújula del deber no señala caminos visibles.
Indica si estás siendo vos, incluso cuando cuesta.
¿Y tu brújula esta noche… a dónde apunta?"


Episodio 3  El jardín que susurra sentido

No todo lo verdadero puede demostrarse.
No todo lo bello tiene función.
Este último relato cierra la trilogía filosófica del Portal del Sol, donde Kant, convertido en caminante, encuentra en la contemplación lo que antes buscaba en la razón.
El niño lo acompaña una vez más, sin conceptos ni mapas, solo con la certeza de quien sabe que el misterio también es hogar.
Aquí, la filosofía no explica: florece.

"Hay cosas que no sirven para nada.
Y aún así… lo cambian todo."

Immanuel volvió al Portal por última vez. No trajo cuaderno ni brújula. Solo venía a mirar.
El niño lo esperaba entre las flores silvestres, con los ojos abiertos como si recién hubieran nacido.

— ¿Hoy no buscás nada? —preguntó.

Immanuel se sentó sin responder. Frente a ellos, una flor se abría con el sol. No tenía nombre, ni aroma especial, ni función visible.

— Es bella —dijo al fin—. Pero no sé por qué.

El niño sonrió.

— Tal vez no haya por qué.

Durante horas, no hablaron. Dejaron que el jardín susurrara sentido sin explicarlo. Cada forma, cada color, cada silencio… era suficiente.

— En el fondo —dijo Immanuel—, siento que esto está bien. Aunque no lo pueda justificar.

El niño levantó una hoja caída.

— ¿Y no es eso la verdad?
Lo que no se puede explicar… pero aún así, toca algo en vos.

La tarde cayó como un suspiro. Immanuel cerró los ojos.

— ¿Creés que lo que no tiene utilidad puede ser lo más profundo?

El niño no respondió.
Solo colocó la hoja sobre su pecho.

Esa noche, no hubo fogón.

Solo estrellas y pétalos en el suelo.

"El jardín que susurra sentido no responde preguntas.
Pero cada forma que florece contiene algo que sabías… y habías olvidado.
¿Y vos... qué jardín florece en vos esta noche?"


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